2012 - Italia - Pesaro - Haciendo un “simpa”...
Italia
Mayo es uno de los mejores meses para un viaje a Italia en coche.
Haciendo un “simpa”...
Ahora una buena anécdota de Pesaro, algo que ocurrió hace mucho tiempo, desarrollado y finalmente pulido y puesto en perspectiva ¿Por dónde debería empezar? La pregunta es relevante, porque en esto confluyen distintas cuestiones que no tenían nada que ver entre sí, en origen.
Creo que lo mejor es empezar con Aldo. Aldo es un italiano que trabajó en Hannover como camarero en “Milano”, mi restaurante favorito, a principios de los 80. Aldo, un tipo activo, que ya entonces solía hacer una pequeña broma. Venía a la mesa con una taza de expreso vacía en cuya asa enganchaba una cucharilla. Al acercarse, simulaba tropezar, de modo que los comensales pensaban que el café caliente les iba a caer sobre su ropa o sobre su sensible piel. Por supuesto, no pasaba nada porque, en primer lugar, no había café en la taza y, en segundo lugar, la taza estaba enganchada a la cuchara por el asa, firmemente sujetada contra el platillo por la mano de Aldo. ¡Te daba un buen susto y te reías!
Pronto Aldo abrió su propio restaurante en Isernhagen, un suburbio nuevo y rico en Hannover. Y la esposa de Aldo, Luana, es de Pesaro, al igual que un tal Sauro, que dirige una gigantesca empresa de importación de productos italianos en Hannover y del que fui buen cliente hasta que me mudé a Madrid. Y además, hasta hace unos 25 años la feria de música italiana se celebraba en Pesaro, por lo que ya conocía esta maravillosa ciudad desde 1985. Música, música, música...
Y fue allí, en Pesaro, donde el hermano de Luana acababa de abrir un buen restaurante llamado Bristolino. Sofisticada cocina italiana con especial atención a los mariscos. Además, una simple ostería en Pesaro ofrece la mejor pizza "bianca" que he comido en mi vida. Todas estas cosas juntas explican que siempre me guste hacer un desvío a Pesaro cuando viajo a Italia.
En esta ocasión también lo hicimos. Ya había reservado una mesa por teléfono, como "Dieter-Atze - amigo de Aldo y Luana". Así que fuimos al Bristolino, Paloma y yo. Se sitúa en la planta baja del Hotel Bristol, de unos 300 metros cuadrados, todo perfectamente decorado, aunque con un extraño toque de influencia asiática, un poco hortera. En la puerta, una mujer pequeña y miope de unos cincuenta años nos preguntó: "¿Reservato? "Si, a nombre de Atze". Encontró enseguida la reserva. La mujer, que también hablaba alemán, nos pidió que nos sentásemos en una mesa cerca de la puerta de entrada. Inmediatamente nos trajo el agua sin gas y 10 minutos más tarde un pan redondo de pizza muy esponjoso, espolvoreado con orégano, en el que habían prensado algunos tomates cherry antes de hornearlos. Delicioso, impresionante, pero ¡demasiada cantidad! Luego pasaron otros 15 minutos, durante los cuales pedimos - de un modo un poco desesperado, pero espontáneo - un vino blanco regional Verdicchio, mientras comíamos del pan de pizza. El vino nos lo trajo una camarera asiática que podría ganar el Campeonato Italiano de Marcha Atlética en cualquier momento.
Finalmente llegó el hermano Lorenzo, el Dios de esta Meca de la gastronomía, con quien acordamos comunicarnos en inglés. Me declaré una vez más buen amigo de Aldo y Luana, y le envié un cálido saludo de su hermana. Y ahí estaba, esta ruptura, ese milisegundo en el que se hizo evidente que habría sido mejor no decir nada. Ningún interés en los saludos de su hermana de Hannover, ¡una mierda! Hay que mencionar que, desafortunadamente, Aldo se unió a los Testigos de Jehová hace unos 20 años por insistencia de su Luana. Por culpa de esta tontería perdió un montón de clientes extremadamente ricos y tuvo que reducir un poco la calidad de su cocina. Y sospecho que la relación con su cuñado Lorenzo podría haber empeorado por esta tontería de la secta. Por cómo resultaron las cosas, esto parece ser lo único que le podemos conceder al fratello Lorenzo.
En cualquier caso, después de un rápido y discreto apretón de manos personal, Lorenzo volvió al negocio sin más, es decir, a presentar lo que quería darnos esta noche. Así que nada de cartas, ni precios, sólo cabía confiar en él. No tengo inconveniente en ello, siempre y cuando la comida, la bebida y el ambiente estén bien. El chef explicó que su cocina es de las más ligeras y que deberíamos empezar con una verbena de mariscos. Le pedí que pusiera menos proporción de mejillones, porque Paloma había sufrido un shock proteínico durante nuestro viaje a Galicia el año pasado debido al excesivo consumo de mejillones. Así que era mejor abstenerse de ciertos mariscos. Y como segundo pedimos un filete de rape al horno, en lugar de dorada. De acuerdo, todos los entrantes vendrían en un gran plato y podríamos elegir quién quiere comer qué o no... Vale, vale.
Pero no vino con un gran plato, primero vino con un plato de carpaccio de pez espada. El pez espada estaba muy bien decorado, con un montón de semillas de granada roja, estéticamente impresionante. ¡Algo a recordar si uno quiere epatar a los invitados! Poco después, la mujer pequeña que nos había atendido a la entrada nos trajo un plato ovalado, anunciándoselo a Paloma – que es española – como “gambas a la catalana”. Grandes gambas, partidas por la mitad, adornadas con rúcula, medios aros de cebolla roja y rodajas de tomate, ¡bien, bien, aunque tampoco era un invento sensacional! En realidad es bastante fascinante, cómo y con qué equipo se puede lograr partir por la mitad estos mariscos de un modo tan exacto. Y en ese momento tuvimos la fatal idea de cancelar el rape, porque incluso con este plato de gambas todavía no nos habían sacado todos los primeros. Quedaban pendientes algunas vieiras y algunas otras cosas.
La mujer pequeña tomó nota de esto con cierta angustia e inmediatamente expresó sus dudas de que fuera posible cancelar el pedido. Yo insistí, ¡no podía ser que hubiesen metido ya el rape en el horno!
Siguieron 50 minutos de estrés, durante los cuales la camarera principal vino a nuestra mesa varias veces con la cara llena de lágrimas para hacernos saber (al menos en un alemán bastante bueno) que había encontrado una resistencia considerable en la cocina cuando cancelamos el pedido. Cuando el tercer entrante, el plato de vieiras, llegó a la mesa, resultaron ser la típica comida congelada, sin la parte anaranjada, vieiras gratinadas con cebollas y pan rallado y la carne de mejillón con un carácter ligeramente sospechoso. Estábamos hartos y tampoco queríamos seguir discutiendo por la cancelación del plato principal. Paloma salió por la puerta con su bolso y su chaqueta para fumar un cigarrillo. Mirando a la mesa de al lado, fingí que ponía billetes debajo de la botella de vino (ya habíamos empezado la segunda botella de vino blanco mientras esperábamos), fui al baño, agarré mi chaqueta al volver, y desaparecimos. ¡Adiós, adiós Bristolino! A la mañana siguiente recibí una llamada desde un número italiano. Parecía ser el hermano Lorenzo. Claro, habían guardado mi número de teléfono de la reserva. Pero para entonces ya estábamos de camino a la Toscana. Ignoré la llamada como él ignoró mi petición de cancelar el rape. Te jodes.